Los pinochos agresivos del cine Marshall
A fines de 1990 cumplí quince años y a principios de 1991 me di cuenta de que me gustaba una chica que se llamaba Pamela. Íbamos juntos al colegio desde hacía mucho tiempo pero nunca me había fijado en ella. Pamela era amable, un poco distante. Y eso me gustaba.
Durante tercer año de la secundaria me había tocado sentarme atrás de un pibe que se llamaba Damián. Siempre tenía las uñas sucias y hablaba todo el tiempo insultando a la gente. Ahora me doy cuenta que era una especie de tic que tenía.
Hola, boludo, ¿qué hacés?
Mirá, esa boluda parece tu vieja después de caerse en una pija.
¿Te duele el culo? ¿Eh?
Hablaba todo el tiempo así. Todo el tiempo. Supongo que no podía evitarlo. Era su forma de relacionarse con el mundo.
Un día me descubrió mirando a Pamela y centró su relación conmigo en señalarme ese descubrimiento cada vez que me veía.
Tu novia anda cogiendo con otro.
Esa tiene el culo roto, olvidate.
Yo nunca le respondía.
Ni siquiera le hablaba.
Damián usaba mucho esa muletilla. Olvidate. La usaba para subrayar lo que decía.
¿Muchas pajas anoche? Olvidate.
Cada vez que se sentaba en el banco de adelante giraba la cara y me decía algo así.
¿Estás llorando porque tenés la pija chica, maricón? Olvidate.
Un día decidí tomar la iniciativa.
Llevé una botella de alcohol al colegio. Era una botella de plástico transparente que había en el baño de mi casa. Nada del otro mundo. No era nafta o gasoil como se dijo después. Cuando Damián volvió del recreo, me insultó como de costumbre y se sentó. La clase empezó y yo rocié en silencio una parte de su guardapolvo blanco. Lo hice con paciencia, de forma meticulosa. Cuando terminé, prendí un fósforo y lo encendí. El fuego creció rápido. No recuerdo qué pasó después. Abajo del guardapolvo, Damián tenía una campera de nylon que también se prendió. Pasaron muchos años pero la imagen que me quedó, seguro exagerada, es la de un pibe corriendo por el aula, gritando, con la espalda y la cabeza prendidas fuego. Vino una ambulancia y ese día las clases se suspendieron. No recuerdo ningún olor en particular. Los comentarios eran de sorpresa.
Al otro día no fui a clases.
Recién al mediodía caminé hasta el parque que quedaba al lado del colegio y me senté a leer. Estaba a unos cien metros de la puerta y a la una menos cuarto vi cómo los diferentes años empezaban a salir.
Pamela se acercó a donde estaba sentado pero se quedó parada.
– ¿Qué leés? –me preguntó
– Un libro sobre la historia de Hollywood –le respondí.
Era verdad.
– Nos dijeron que Damián quedó muy lastimado.
– No éramos amigos –dije.
– Sos cruel.
Ella seguía parada. Se había abierto el delantal y se veía que tenía una remera verde claro. No estaba usando corpiño. Sin embargo, tampoco se estaba mostrando. Era así. Linda sin mostrarse.
– Para el estreno de Pinocho, Disney contrató enanos que se disfrazaron y saludaban desde arriba del cine Marshall –le dije.
– ¿Desde el techo?
– Sí, desde arriba de la marquesina.
Le mostré una foto que había en mi libro.
Ella se acercó a verla. Pero seguía de pie.
– Y les dieron sandwiches y cerveza porque estuvieron mucho tiempo y hacía mucho calor.
– Damián va a quedar internado– dijo Pamela.
– Los enanos se emborracharon y como tenían calor, se empezaron a sacar la ropa.
– ¿Dónde quedaba el cine?
– En Los Ángeles.
– En verano debe hacer mucho calor.
– Sí, como parte del disfraz tenía unas cabezas de cerámica que les daban mucho calor, pero no se las podían sacar por contrato, así que estaban borrachos, desnudos y con la cabeza de Pinocho.
Pamela sonrió y se sentó.
– Parece que algunos de los enanos disfrazados empezaron a insultar a la gente –dije.
El libro contaba esa historia. Los enanos disfrazados y borrachos insultaban a los que iban al cine, le hacían gestos obscenos desde la marquesina y les tiraban cada tanto una botella de cerveza. Alguien llamó a la policía pero el acceso a ese techo no era fácil. El libro decía que incluso se creía que habían bajado a los pinochos con sogas porque no había puertas ni ventanas. ¿Qué dijo el que llamó a la policía? Me imagino a un padre yendo hasta el teléfono público de un drugstore y avisando que un grupo de pinochos desnudos alteraban el orden público. La película animada de Pinocho se estrenó en 1940. Duraba ochenta y ocho minutos. En Estados Unidos, los negros no podían ir a los mimos cines que los blancos. En Europa ya había empezado la Segunda Guerra Mundial.
Después le pregunté a Pamela si había visto Pinocho.
Me dijo que no se acordaba pero conocía la historia, claro.
Un chico de madera, etcétera.
Hablamos un rato más y después Pamela me preguntó si quería ir a su casa. Lo dijo seria. Me explicó que vivía a cuatro cuadras del colegio. Fuimos hablando de cine y de películas y pasamos la tarde juntos. Nos besamos en su habitación y tuvimos relaciones. La noté bastante avanzada en el tema. O eso es lo que recuerdo. Después volví a mi casa y esa noche mirando la televisión pensé en cómo se escribía una película. Nunca quise ser guionista de cine, pero me intrigaba esa transición que lleva una historia de la palabra escrita a la imagen. Me parecía, y todavía me parece, algo imposible y a la vez mágico./////