Ritmo

Hace más de veinte años conocí a Maximo Rodriguez en la escuela de Música Popular de Avellaneda. Me acuerdo que las clases eran exigentes, se hablaba poco, se tocaba mucho, y Máximo improvisaba con una creatividad y una capacidad técnica increíbles. No puedo pensar en un docente mejor y en un instrumentista más completo. Aunque como alumno no estuve a la altura de todo lo que me proponía, que diera sus clases con un viejo metrónomo de madera me sirvió para entender que la música tiene un ritmo y que parte de su belleza reside ahí. Una vez, en su clase, yo estaba terminando de pasar un arreglo de My Funny Valentine y entró un alumno que era ciego. El ciego tocaba con un Fender Precission Bass muy viejo y se puso a tocar conmigo y finalmente yo guardé mis cosas y ahí Máximo le dio cuerda al metrónomo para empezar la clase o para probar la velocidad. Cuando me estaba yendo el ciego me agarró de una manga y le dijo a Máximo que el metrónomo estaba desfasado. Los tres nos pusimos a escuchar el tic tac y después de unos quince segundos lo percibimos. “Apenas, sí, no pasa nada” dijo Máximo. La anécdota me gusta porque yo también escuché esa pequeña imperfección. Después el ciego sacó unas partituras en braile y yo me fui. Años más tarde, en el auditorio del Goethe Institut en la Avenida Corrientes, vi en vivo el “Poema sinfónico para 100 Metrónomos” de György Ligeti y me pareció una obra horrible. Pero el recuerdo de ese metrónomo y ese ciego en la clase de Máximo me da mucha alegría. Supongo que a medida que uno se hace viejo revisa sus etapas de formación y se vuelve más agradecido con los momentos en los que sí aprendió algo y más aún si fue algo importante. Como decía Monk, que no seas baterista no quiere decir que no tengas que mantener el ritmo.////